LE ROBARON EL ALMA

Le robaron el alma. Y es lo peor que le pudo pasar. Mientras los estadísticos sacan cuentas sobre las chances de clasificar al reducido en la última fecha ante Colegiales, Villa San Carlos deambula en estas últimas fechas del torneo como un equipo sin fuerzas. Un síntoma ignorado por su entrenador Rubén Aguero, que tiene los días contados. Lamentablemente lo advertimos hace demasiado tiempo. A este equipo le robaron el alma.

La Villa juega mal. Se queda afuera del reducido. Aguero no le encuentra la vuelta. Son títulos que usted va a encontrar a la salida de cualquier medio que toque el tema por encima, y en la superficie. La gravedad del caso es que todos esos conceptos son el producto de lo que avisoramos hace tiempo; y que recae en el peor pero más significativo de los títulos: "San Carlos no contagia nada".

Justo este equipo, que supo contagiar emoción, orgullo y pasión. Hoy no contagia otra cosa que abulia, y un enorme deseo de que se termine este torneo.
Estuvo adentro del reducido durante casi toda la temporada, por mérito propio, de los jugadores. Y de esa enorme fuerza que arrastró desde la temporada pasada, donde se había logrado una identidad similar a la de aquel ascenso que se festejó hace pocos días.

Estuvo adentro del reducido en las últimas fechas, de pura casualidad, y porque los rivales se esmeraban en no aceptarle la renuncia a clasificar por la que parecía empeñado. Ahora está afuera, y muy probablemente se quede afuera. Porque tiene el peor de los pecados que un equipo puede concebir, no contagia nada, no transmite nada. Ni futbolística, ni anímicamente.  Está entregado a la suerte y el destino del terminado ciclo de su entrenador.

Los dirigentes, priorizaron salvaguardar la salida  de Aguero de manera política. Para que el ciclo llegue al final. Por un lado el club queda bien parado porque no se deja llevar por esta corriente histérica de técnicos que van y vienen. Por otro lado el costo futbolístico es muy grande. El destino de una temporada exigente, quedó en manos de un entrenador al que no le quedó el consenso de nadie. Ni de los hinchas, ni de los jugadores, ni de los mismos dirigentes.

 Un torneo en el que las condiciones estaban dadas para brillar, se termina de manera opaca. En una mitad de tabla, que no era nada despreciable en la primera temporada, donde San Carlos necesitaba afirmarse. Pero no en esta, donde tenía las condiciones para dar un nuevo salto de calidad, sin problemas de promedios, económicos, ni de desarme de plantel.

El quiebre empezó con aquella innecesaria decisión de despreciar la Copa Argentina, que hizo mella en el ánimo de todos, y en la duda sobre la capacidad para tomar decisiones. Continuó con la inestabilidad en la formación de los equipos, el respaldo a jugadores que no rendían, y la falta de oportunidades a otros. Y terminó de redondearse con la mezquindad suicida en los planteos tácticos.

Tantos errores desgastaron las relaciones. Pero hubo aún algo mucho más grave que todo. La falta de autocrítica. Fatal, en la vida de cualquier ser humano, o en la de un técnico que tenga aspiraciones a superarse.
El club está por encima de cualquier nombre. Pero ahora deberá reponerse de un episodio al que se había desacostumbrado. No poder clasificar al reducido de ninguna manera es un fracaso. A la historia de este club y a su presente próspero, nada podrá hacerle olvidar que San Carlos anda codeándose con los grandes del ascenso, y afirmado en una categoría hiper profesional, como mayor objetivo final.

Pero es una importante frustración, sobre todo por como se fueron dando las cosas. Si Aguero no supo aprender a tiempo. Si los jugadores no pudieron revertir el rumbo que venía torcido desde la conducción. Entonces ha llegado el momento de los dirigentes. Se vienen tiempos de cambios. De comisión directiva, de plantel, y de técnico. Lo único que no podrá cambiar, es la esencia que hizo grande a este club. Y para eso San Carlos, deber recuperar el alma perdida.
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