ROBO PARA LA CORONA

Asistimos al bosque a ver un partido de futbol. Terminamos viendo una farsa más parecida a una puesta en escena propia de las tragicomedias. Por mejor estrategia y juego, debió haberlo ganado Flandria. Pero entre la contundencia de San Carlos, y un tremendo golazo de Campozano, no lo dejaban. Entonces, llegó la arremetida prepotente de lo injusto. Un árbitro como Guillaume, y un línea como Lobato se encargaron del resto. Un espectáculo bochornoso que derivó en un caos lamentable. La Villa se queda en la B. Pero aprendió una lección. En esta categoría se juega adentro y afuera.
Apenas había terminado el sospechoso partido con el que Flandria le ganó a San Carlos por 4 a 3, y recibimos en nuestra cabina a un periodista partidario de Flandria. No salíamos de la perplejidad, mezcla de impotencia e indignación por tanta injusticia organizada, que debimos sumirnos en otro asombro. El hombre canoso, con la voz ronca de gritar los goles de su “Canario”, tuvo una grandeza singular. Tan sincera que nos pareció lo único rescatable en una tarde llena de vergüenzas. “Creémelo. Hace 15 años que sigo ininterrumpidamente la campaña de Flandria. Nunca vi un robo semejante. Lo que le hicieron hoy a San Carlos no lo vi jamás.”
A mi me alcanzó para retirarme del estadio con un poquito de alivio. Alguien, o algo, en este contaminado y corrupto fútbol argentino, tiene un poco de dignidad.
Centrarse en el partido en casos como estos, es declararse con poco criterio periodístico. O sumarse a una farsa más propia de “Titanes en el ring” que de un suceso real. No hacerlo en lo más mínimo es perder de vista nuestra obligación. Por eso las primeras líneas van dirigidas al fútbol, que algo de eso también hubo al fin y al cabo.
El primero en complicarse la tarde fue el propio San Carlos. O su extraño plan que nunca pudo justificar. Al banco Sommariva, Avalo Piedrabuena y…Camposano. ¿Causas? Supuestas desobediencias. ¿Consecuencias? Por castigos individuales, se castiga lo más sagrado, al equipo. Creemos que una buena charla, un diálogo, una advertencia, pueden más.
San Carlos lo sufrió demasiado en el primer tiempo. Con un medio campo sin contención, y un conjunto partido, y sin juego por izquierda, con Berdún ocupando otras vez, ese lugar. Flandria, ese limitado y voluntarioso equipo que llegó desde Jaúregui, lo disfrutó siempre. Con pelota, terreno, y situaciones en su poder. Aún así, el partido le dio una oportunidad a La Villa. O dos. La primera fue cuando Nacho Oroná despertó con un gol el encuentro. La segunda, cuando después del inminente y adivinado vuelco que Flandria dio en el marcador, tuvo la segunda llegada, y el segundo gol. Esta vez por obra de una aislada acción individual entre Miranda y Gonzalo Raverta.
Pasaron 60 minutos hasta que San Carlos armó el equipo que creímos, iba a jugar. Pasaron y La Villa no iba perdiendo. Entonces Camposano, en una demostración de talento impresionante, metió un golazo de fábula, al ángulo, y con comba. Fue entonces el momento de entrar en acción de Gabriel Guillaume y su cómplice, Raul Lobato. O en realidad de rubricarlo de manera alevosa. Porque hacía rato que cada ataque de San Carlos era anulado una y otra vez. Y hacía rato que casi todas eran “vistas” a favor de Flandria. Pero el final fue el colmo de la parcialidad. Poniendose en ridículo a si mismos.
Primero con una falta de Aguimcer, que el juez presuroso juzgó con expulsión. Después de que en el primer tiempo a Sarati le pegaran a mansalva. Y de que el vasco Ochandorena reciba un codazo terrible de Montenegro. Y luego la anulación del gol de Campozano, habilitado y lícito por donde se lo mire.
En el final, la frutilla del postre. El pelotazo que lo ponía a Miranda camino al cuarto gol. Picando en campo propio. Y una bandera que nunca sabremos bajo que efectos fue inescrupulosamente levantada por Lobato. Con la indiganación vino el desconcierto, y con este el cuarto de Montenegro. Que de pronto, en vez de estar en las duchas por el codazo, estaba celebrando en la cancha una farsa.
Allí llegó el desborde emocional, el ataque de nervios. La agresión desacertada al línea. El reemplazo de la justicia que no existe por la mano propia. Por la sangre caliente de la impotencia del que se siente robado. Un caos tan condenable, como evitable. También si hubiera decencia.Pero estamos en la era del materialismo y del exitismo. La de Guillaume y Flandria, se entiende. Donde el fin justifica los medios.
La Villa recibió una lección de vida. Si quiere sobrevivir a la selva del fútbol, no podrá confundir dignidad con sumisión. Asumiendo que porque San Carlos estuvo en la D hay derecho a hacerle cualquier cosa. Incluso a humillarlo. Reclamar lo propio, no es exitismo, es dignidad.
Porque entre las enseñanzas más lindas que brinda el deporte como disciplina, está aquella que dice que es tan importante saber perder como saber ganar. Pero una cosa es perder un partido, y otra que te lo roben a mano armada, y a plena luz del día. Sea para la Corona. O para que Flandria se salve de la promoción.
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