UN PUNTO, PARA CURAR DOS HERIDAS

San Carlos respiró aliviado. El pitazo final del árbitro Pablo Dóvalo descomprimió las tensiones con las que se vivió una semana cargada de derrotas y un partido cargado de nervios. La consigna era muy evidente: había que cortar la sangría inesperada lo más rápido posible. Y la oportunidad no parecía ser la mejor: Temperley y su estadio en el que casi nadie se lleva puntos. El planteo entonces, sería conservador, para conservar lo único que el fútbol te otorga desde el comienzo de un partido; el cero en el arco y la repartición de puntos.

Con el panorama estratégico establecido, Facundo Besada realizó una modificación respecto al partido con Deportivo Morón, afuera Pablo Rosli, de cualidades ofensivas, adentro Juan Pablo Ortiz, con mucha más presencia en el medio, marcando. Emiliano Peluso, ese grato descubrimiento que Gimnasia también dejó ir de sus filas, sería el encargado de conducir al equipo. Nacho Oroná sería (y lo fue), su mejor aliado. Y arriba, Pasquale, el  responsable de rebuscárselas como “un llanero solitario”.

La idea, aun a fin de ser conservadora, también era arriesgada. Un gol de Temperley podía “quemar los papeles”. Pero la ejecución fue mucho mejor de lo que pensábamos. Porque imaginamos a un equipo mucho más replegado cerca de Volpe. Y culminamos viendo a otro desplegado en territorio de Temperley, lejos del arco villero. La virtud estuvo en que en ese primer tiempo, San Carlos se defendió con la pelota. La cual fue muy bien tratada por Emiliano Peluso y Nacho Oroná. Y de lo cual se contagiaron por momentos casi todos, menos el uruguayo Orfila, que anda extrañamente errático.

Pero el Cele de Berisso, simplemente asegurando los pases, y recorriendo a través de ellos la cancha con balón al ras del piso, puso nervioso a Temperley, que encima tuvo una tarde nefasta de lesionados y contratiempos. Fue un primer tiempo elogiable, similar al que se hizo ante Morón; solo que esta vez no sufrió un gol sobre el final. Temperley solo llegó con un remate de Sebastián Cobelli que besó el travesaño. Y San Carlos tuvo dos. Un remate de Juan Pablo Ortiz, y una que Nacho Oroná le punteó a un defensor y no entró por centímetros.

En el entretiempo, Facundo Besada tuvo una idea. A veces salen bien, y otras mal. Esta vez fue la segunda opción, porque ante el cansancio de Peluso, optó por un Emanuel Sarati, que otra vez no estuvo en su nivel. Sin conductor, el equipo quedó acéfalo del mejor argumento que había tenido, la tenencia del balón. El equipo, desconectado entonces en sus líneas, se fue hacia atrás por el instinto conservador del que viene de perder seguido, y tiene algo en su poder. Entonces vimos un segundo tiempo donde San Carlos la pasó mal, y si no la pasó peor fue porque Temperley era un manojo de voluntades que atacaba a ciegas, y por el medio.

En los últimos 15 minutos, el Gasolero lo tuvo en un par de descuidos villeros. Una fue el correcto gol anulado porque en la jugada previa la pelota se había ido de la cancha. El otro un remate mano a mano con Volpe que se fue desviado, pero paralizó los corazones de los villeros que lo escuchaban por la radio. ¿Y San Carlos? Tuvo 3 contragolpes muy propicios. Todos malogrados por la irresolución de los delanteros y los volantes. La mejor fue una de Sarati, que se encegueció en la personal, y no vio como Juan Pablo Ortiz entraba solito por el medio del área.

Pero el empate estaba bien para lo que fue el partido. Y muy bien para lo que se propuso San Carlos. Después de tantas emociones negativas, y tanto desgaste, un punto en cancha de Temperley es para valorar mucho.  Así lo entendieron los jugadores, que se saludaron afectuosamente, sin euforia, pero con satisfacción.  Y con el alivio de saber que un punto, también puede curar dos heridas.

                                                                                                                         Martín Ortiz
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