PERDIDOS EN LA ISLA DEL TERROR

La tarde fue tenebrosa. En primer lugar porque en esa famosa Isla Maciel, como reza la bandera; todo es hostil, amenazante, inhóspito. Lo vivieron los jugadores adentro de la cancha, donde San Telmo planteó más una guerra que un partido de fútbol. Con la complicidad vergonzante de Carreras y sus colaboradores. Lo vivimos todos desde que llegamos hasta que nos fuimos de la famosa Isla Maciel. Con un solo mensaje bien directo: por más que lo quieran disfrazar, en ese lugar no se puede jugar al fútbol.

Promediaba el primer tiempo de un partido agitado, rápido, incisivo. Maxi Seevald, afecto a las demostraciones de guapeza extrafutbolísticas, le propinó un codazo artero a Antonio Rojano. El árbitro lo vio, pero cobardemente le sacó tarjeta amarilla. Rojano prácticamente no pudo volver a meterse en el partido del dolor. De hecho tuvo que salir en el inicio del complemento. Seevald gozó de jugarlo hasta el final, como premio a su deslealtad.

No con tanta saña pero de similares características hubo media docena de escenas similares. Casi todas protagonizadas por el rudimentario defensor Caldiero. Ninguna de todas ellas quiso ser vista por Carreras. Aquí un atenuante. Aquel primer párrafo en el que hablabamos de la intimidación del barrio, seguramente jugó un papel preponderante en la frágil psicología de Carreras. Pero inmediatamente un reflexión: si no puede soportar las presiones del fútbol, deberá dedicarse a otra cosa.

Después de contextualizar el encuentro en un marco inconcebible de arbitraje tendencioso y marco amenzante, San Carlos lo jugó con hidalguía. Siempre fue al frente, y contó, hasta que el partido se desnaturalizó, con mejor juego que San Telmo. Sobre todo en el primer tiempo. Cuando trianguló ofensivamente por derecha con Gonzalo Raverta y por izquierda con Agustín Domenez, ayudados por Melillo, Avalo Piedrabuena (otra vez de gran tarea), y los delanteros.

En esa primera etapa, el cele contó con muchos ataques interesantes que no pudieron terminar en jugadas de riesgo. Pero si tuvo dos chances de gol muy propicias. Un cabezazo de Melillo que Evangelisti sacó magistralmente al córner. Y un remate besando el travesaño de la gallega Avalo Piedrabuena. Lo de San Telmo, si bien no fue menos ambicioso, fue más vertiginoso, y casi siempre menos claro. Aunque Segundo y Cipriani, se tornaban por momentos, muy difíciles de tomar.

En el segundo tiempo, los de la Isla Maciel se desesperaron por ir a buscar el triunfo, y le cedieron espacios a San Carlos para el contragolpe. Alló creció la figura del mejor de la cancha, Gonzalo Raverta. En su inteligencia para abrir la cancha, con un despliegue formidable, y para volver a marcar cada vez que el equipo lo necesitaba. En su transpiración generosa y admirable, se resumió el espíritu con el que La Villa jugó un partido, al que San Telmo lo planteó con aires belicosos.

Ya cuando Ezequiel Aguimcer, debió abandonar la cancha por doble amonestación (lo cual fue correcto), el tramo final del partido cambió. Como hubiese cambiado si San Telmo se quedaba sin Caldiero y Seevald en el primer tiempo. Además con mucho más minutos por delanter. Entró Duarte, salió Domenez, y se perdió solidez defensiva, y peso en ataque. Por más que Sarati, en sociedad con Gonzalo Raverta se las ingeniaron para hacer de cada balón una jugada interesante.

Había llegado el momento que esperaba San Telmo. Los habitantes de la Isla Maciel ardían en la tribuna, los jugadores trataban de desbordar por todos lados, y los árbitros cerraban el círculo necesario.
Se salvó San Carlos en el final, por Coloca y por el travesañó. Pero cuando parecía que el cero a cero sería un pequeño bálsamo de justicia entre tanta prepotencia, a Matías Coloca se le escabulló un centro fácil, y Cipriani de taco la mandó a la red.

Ahí llegó lo previsible. Lo que desde aquel momento en el que Carreras omitió sancionar el codazo a Rojano, sabíamos que iba a suceder. Tumultos, manotazos, cargadas...y otra decisión temerosa del juez, expulsar a uno por bando.

El final fue patético. La gente de San Telmo insultando a los jugadores berissenses. Estos yéndose a los empujones a un galpón que hace las veces de vestuario visitante. Luego el micro escoltado por patrulleros para salir evitando ser saqueados de la Isla Maciel. Los cascotazos previos sobre el ómnibus. En fin. Un cúmulo de imágenes propias de un submundo en el que no se puede jugar al fútbol profesionalmente.

Lo sufrió San Carlos, más allá de la derrota, en una tarde de terror. Lo sufrió el árbitro, que dirigió atemorizado. Lo sufrirán cada uno de los visitantes que tengan que ir a ese lugar.
Por lo menos sirvió para algo. Ahora cuando  escuche a algun protagonista de San Telmo, decir que en la Isla hay que ganar como sea...ya sabré de que se trata.
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