JUGANDO ASI, NO CLASIFICA.

Jugando así no clasifica. La pregunta requiere respuestas absolutas, aunque en el fútbol muchas veces quede desubicado. Villa San Carlos volvió a jugar mal, y perdió inapelablemente ante un rival muy pobre, que se encontró con la victoria casi sin buscarla. Un gol de otro partido, el de Ezequiel Melillo, fue lo único rescatable en la pobre tarde de Jáuregui. Pero inmediatamente del empate, volvió a meterse atrás, y como si nunca antes le hubiera sucedido, se entregó a la derrota evidente y previsible.

San Carlos volvió a perder. Y aunque parezca mentira ese no es el peor título de la nota. San Carlos volvió a jugar muy mal, y lo que es más grave, está jugando cada vez peor. Lo dijimos en aquellos tiempos de victorias agónicas, solo conseguidas por cierta dosis de fortuna, y por una defensa invalorable. Había que cambiar. Y era el tiempo de hacerlo. Porque los conceptos son más permeabilizantes en las buenas que en las malas. Pero hubo una aferración obsecada a los resultados y sus formas. Una idea de que ante los triunfos todo está bien y nada debe reveerse. Una idea que el tiempo castigó.

En el Carlos V de Jaúregui vimos un equipo endeble e impotente. De punta a punta del partido. Porque ni siquiera algunos minutos antes del fabuloso gol de Melillo se advirtieron mejoras. Tan solo un puñado de voluntades individuales que avanzaban por inercia en búsqueda de un empate que siempre estuvo lejos. Un equipo sin expresión, y con el alma rota. Traducido en pelotazos sin remedios, y en corridas forzadas y confusas. Sin un estilo más que el de correr para superar los nervios y la falta de ideas.

A Flandria le alcanzó con buscar atacar un par de veces en el partido para conseguir los dos goles que necesitó para ganarlo. Ni siquiera tuvo jugadores ni jugadas brillantes. O una figura desequilibrante que justifique una superioridad que alcanzó a plasmar desde la pobreza de La Villa. Pero al menos tuvo una pizca de convicción, la que le faltó y le está faltando al equipo de Aguero desde hace ya bastante tiempo.

Hay decisiones que a esta altura ya se parecen demasiado a obstinaciones. Sostener a Agustín Domenez como titular no resiste más análisis. Lo del carrilero es de una hibridez alarmante. Ausente de fútbol para armar aunque más no sea una jugada por partido que justifique su presencia, tampoco se compromete en la marca ni en la presión. El segundo gol de Flandria fue toda una demostración. En el arranque de la jugada,la pelota anduvo por lo menos 15 segundos por su zona, y no le vimos ni la más mínima expresión de lucha para capturarla.

Claro que no es el único. Pero en la decisión de mantener a jugadores como él o como Silvio Duarte se explica el fastidio del resto, y el bajón que tarde o temprano, iba a arrastrar a todos. Si hasta los que se venían sosteniendo en su regularidad y venían haciendo sostener al equipo en una especie de naufragio futbolístico se contagiaron del bajón. Como por ejemplo la gallega Avalo Piedrabuena, el mejor jugador del torneo que ante Flandria erró pases antes imposibles.

La defensa también bajó el nivel. Y era imposible que eso no sucediera en algún momento. Sin volumen de juego en ataque, los defensores están condenados a que la pelota pase mucho tiempo por sus pies. Y con el equipo replegado en la mayoría de los casos, las chances se reducen a que tengan que rechazar la pelota más que a jugarla, y a que esta vuelva cada vez más rápido.

Aquellos providenciales triunfos y empates con Fernando Pasquale como único delantero, hicieron creer a Aguero que dicho esquema era el correcto. Y de repente la idea de juego se vio reducia a la mínima expresión que sobredimensiona rivales, y achica a los propios. El regreso de Sarati como compañero de ataque de Pasquale no fue entonces una convicción, sino el manotazo por tratar de cambiar lo que debió haber sido cambiado antes de que el equipo pierda su identidad.

El fútbol, por historia y por sus miles de historias infinitamente cambiantes, siempre puede deparar en el futuro los resultados más impensados. Pero también es cierto es que la lógica tantas veces despreciada muchas veces culmina determinando esos mismos resultados. La lógica de este presente de San Carlos es entonces indisimulable, y no hay resultados a favor (propios o ajenos como el de Almagro), que logren disimularlos. Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. Sobre todo cuando el remedio no supo tomarse a tiempo. Entonces la realidad es una sola. Preocupante y sostenida. Si San Carlos sigue jugando así; al reducido no entra.
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